viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 2 - El viaje

"En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea."

Poema Conjetural - Jorge Luis Borges

"Sobre la tumba de los enemigos de esta Patria construiremos la esperanza del futuro y aprenderemos, una y otra vez, a defenderla con honores", repetía Joaquín -hasta el hartazgo- una y otra vez, mientras sostenía su fusil. Inquieto, frágil, tembloroso y concentrado, subía con sus compañeros la colina antes de llegar al punto de descanso de la primer parada en este largo viaje. Las aguas de la pequeña cascada se notaban cristalinas y su rostro se reflejaba a través de la corriente. Joaquín pudo verse como un hombre. Su negra barba exageraba los rasgos masculinos. Con su fusil en la espalda, la barba crecida y comandando un ejercito de 22 hombres y 18 mujeres, se sentía un caudillo montonero, como el Chacho Peñaloza, como Felipe Varela y tantos otros. Le gustaba la imagen que se retrataba, violentamente frente a sus ojos, en el agua que fluia como sangre transparente. Como sangre que no tardaría en correr.

Luego del descanso, subieron la pequeña montaña, cargando bolsos pesados, paquetes con alimentos que cada vez escaseaban más y más, pero con las ilusiones intactas. El comandante Joaquín y los suyos iban camino hacia la larga lucha por la liberación nacional, quizás la última, quizás la primera, ¿quién podía saberlo?. Dos meses antes de la extensa expedición al monte el poder del Estado había sido tomado por un grupo golpista que secuestraba y asesinaba sin ningún pudor, sin ninguna ley, sin ningún reparo. El hecho de dar el paso hacia el enfrentamiento llano con el poder de facto no fue fácil, y presentó discusiones en el seno del movimiento revolucionario:

"No creo que sea necesario ir al monte. Tenemos que golpear a los dictadores desde la ciudad, en el propio terreno represivo", decía Alejandro Pérez, uno de los muchachos militantes. "No se puede Ale, hay que replegarse hacia un lugar desértico, correr el eje de enfrentamientos y empezar a causarles bajas significativas a estos hijos de puta", replicaba Joaquín, a los gritos, como siempre. "¿Estás loco? tenemos que movilizar a todos los sindicatos antes" retrucaba "el Ale", como lo llamaban sus compañeros. "Eso también lo vamos a hacer, pero también tenemos que golpear desde las provincias así generamos distintos focos de resistencia", sentenciaba el comandante. Las discusiones acaloradas nunca terminaban y los puntos de vistas eran diversos, pero ante la necesidad de organizarse para enfrentar a la fuerza de ocupación militar que estaba destruyendo al país, eran uno solo. Los abrazos y las canciones para levantar el ánimo nunca faltaban.

La noche se posaba sobre el monte tucumano y la guitarreada estaba en su máximo esplendor. Allí estaban los 43 soldados que habían transitado hasta el punto de conexión para iniciar la última batalla por la liberación nacional. Se miraban unos a otros. La mayoría eran jóvenes llegados desde distintas latitudes del país, cansados de tanta entrega al capitalismo foráneo, hartos de tanta miseria planificada, convencidos que la única manera de redimir las injusticias de un pueblo sometido era entregar su vida a una causa revolucionaria por una Patria Grande, justa, libre y soberana. No estaban allí para morir, sino todo lo contrario: habían conseguido unificarse bajo un mismo ejército libertador porque no concebían otro camino como sentido de vida. La vida como vinculación comunitaria pasaba por los actos colectivos sin importar cuan heróicos fuesen; la historia de un pueblo que conoce de resistencias y proyectos populares no iba a quedarse estancada en un punto lejano sino que, a la vista de esta generación de militantes, retornaba en forma de estallido nacional rejuvenecido, como si algún gran reloj de arena detenido hace 200 años antes, hoy recobraba una fuerza motriz que hacía continuar su conteo. Parecía que nuevamente el gigante dormido comenzaría a desandar sus pasos de lucha, como alguna vez lo supo hacer.

Joaquín y sus compañeros eran peronistas, por eso hay en los párrafos que anteceden a este que se escribe -y ustedes leen- reminiscencias hacia frases o pensamientos del movimiento de liberación nacional más grande de nuestro país, y que aportó sin reservas a la construcción de un tercer mundo unificado bajo la bandera del antiimperialismo. El peronismo, de esta manera, actualizaba sus metodologías prácticas y con ello el ámbito doctrinario en donde se desarrollaban sus principales ideas, sintetizadas en dos libros del General Juan Domingo Perón y que eran de cabecera para la formación: "Manual de Conducción Política" y "La Comunidad Organizada". En esos textos Perón explicaba lo sustancial del movimiento peronista y su caracter práctico para ser puesto en funcionamiento en nuestro país. Pero lo más importante es que tanto el General como estos muchachos audaces coincidian en la importancia que tiene el Estado para desplegar todo el potencial como Nación Libre de las cadenas del capitalismo financiero. Sosteniendo el poder de un Estado popular y contando con poder nacional dinámico a través de un desarrollo industrial creciente, un ejército leal, una Constitución Plurinacional y mayores grados de organización política, el pueblo alcanzaría su felicidad, no como mera retórica vacía, sino como realidad efectiva. Sin embargo, ahora todos esos años de conquistas se habían esfumado por la fuerza, y era necesario volver a reconquistar el control del Gobierno, expulsando a los opresores de turno.

Entre interminables discusiones, ronquidos varios y cantos de pájaros recomenzó la vida en el monte, a la mañana siguiente. Los soldados iniciaban el camino hacia su segundo punto de localización. Con el ánimo de acrecentar su ejército de cara a la preparación para la batalla definitiva contra las fuerzas del orden oligárquico usurpador, caminaron hacia el este del monte para entrar en las profundidades de la comunidad Yuxpe. Allí los recibió Abel, el caudillo del pueblo, el líder natural de la Montonera Federal Yuxpe. La historia a veces nos golpea con viejas denominaciones que parecen mostrarnos una continuidad de los hechos, pero: ¿será realmente así?. Joaquín no se lo preguntó en ese momento, y extendió su mano para saludarlo. "Bienvenidos" les dijo Abel, mientras apretaba fuertemente a Joaquín. "Sabemos lo que pasa en nuestro país. Somos concientes que no podemos esperar más para enfrentar a nuestros enemigos. Por eso queremos luchar con ustedes. Por eso queremos morir con ustedes. Por eso necesitamos unirnos a ustedes", les dijo Abel a los muchachos mirándolos a los ojos. Los aplausos llegaron desde todos los rincones del pequeño salón.

Pero antes que pudieran agradecer el gesto, el ejército libertador escucharía de los propios labios de Abel, con su mezcla de dialécto originario y español, una revelación que, cuanto menos, esta vez sí los dejaría reflexionando: "Vamos a luchar juntos, compas, y si es necesario vamos a morir. No le tememos a la muerte y somos guerreros de esta tierra. Ofrecemos nuestra vida en sacrificio por una Patria llena de justicia. Pero sepan bien que no vamos a tirar un solo tiro." Joaquín se quedó quieto. El resto de sus dirigidos habían sentido en las palabras del caudillo un enorme gesto de dignidad, pero también estaban apesadumbrados por lo que oyeron. Las paradojas y contradicciones latentes de lo popular aparecían frente a los 108 guerreros en aquel salón pequeño. Pusieron las mesas, trajeron el vino, cocinaron las empanadas, y sobre todo, buscaron en su interior mucha paciencia, porque este día no iba a ser de 24 horas. Abel y Joaquín estaban sentados cara a cara, cada uno con sus argumentos, cada uno con sus creencias. Tan solo faltaba que alguno de los dos esgrimiera sobre el tapete su primer razonamiento. La espera se hacía interminable.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 1 - Laura


La besé en la frente y supe, en ese preciso momento, que esta noche iba a ser la última vez que la vería. Sentí dolor y angustia al saber que no podría volver a tocarla, a abrazarla por la cintura, a rozar su boca con un beso de complicidad (como aquella vez en el patio de su casa, mientras los perros ladraban y los mosquitos picaban nuestros cuerpos, de pies a cabeza, mientras nuestras manos se aproximaban a un climax sensorial, absolutamente indescriptible), a encontrar su perfume en los apuntes de la facultad que había dejado de asistir hace un año, cuando comenzó toda esta locura, toda esta realidad, toda mi verdad, y debimos alquilar una vieja casita en la periferia de la ciudad, muy alejada de la fanfarria del centro.

Ahí estábamos los dos, frente a frente, despidiéndonos, besándonos apasionadamente, tocándonos como nunca, para no olvidarnos, para no perdernos, para perpetuarnos el uno en el otro. Le prometí que volvería, y que el primer grito de victoria no tardaría en llegar para estremecer con su vociferación estridente los extremos de la Patria, de aquella Patria que soñamos con miles de compañeros una vez, y esa vez fue suficiente para sentir en lo más profundo de nuestro corazón el amor a esta tierra, a este pueblo que camina junto a su líder, esperando, desde lo lejos, desde el exilio, el volver a reencontrarse con la vida misma, con la realidad efectiva, con sus muchachos. Y esta noche será la primera de tantas alegrías colectivas, amor, vas a ver.

Ella se llama Laura. Laura Gutierrez, tiene 23 años. Yo, Joaquín. Joaquín Tuttomondi. Desde chico soñaba con ser aviador y surcar los cielos, dejando mi estela de fuego en cada maniobra, hasta que conocí los bombardeos a la Plaza de Mayo, en 1955. Ese show de la muerte desde el aire. Aquella revancha golpista de los gorilas. La espiral de violencia recomenzaba en nuestro país luego del fusilamiento de Dorrego. Parece que la historia se empeña en volver una y otra vez, no como comedia, sino como tragedia, para colmo de males de los mortales. Pero volvamos por un momento a ella, a Laura. Dije que tiene 23 años, y es mi novia. Nos conocemos desde los 17, pero recién a los 19 nos enamoramos. Al principio fuimos amigos, después compañeros de militancia, y ahora, novios. Fuimos todo lo que tuvimos que ser hasta llegar al último eslabón de esta cadena romántica que día a día se construye a través de miradas cómplices, sonrisas tiernas, apretones de manos con cosquillas y los saludos con los dedos en V, como dos buenos peronistas. Tengo 25 años y mañana viajo con un grupo de compañeros al monte, aún no me comunicaron en que parte, pero supongo que será en Tucumán, Salta o Jujuy.

A esta edad, y con mi compromiso político a cuestas, he decidido combatir en lo que hemos denominado con mis compañeros de causa la "última batalla por la liberación nacional". Atrás quedó la facultad, atrás quedó la casa de mis viejos, atrás quedaron los últimos resabios de esa vida burguesa, rutinaria, contrarevolucionaria, que nos transforma en números, en entes que valemos una mierda de sueldo de un trabajo que nunca nos hará felices. Pero ya habrá tiempo de comentarles el plan revolucionario. Ahora estoy con ella, y no quiero soltarla. Estamos en el diminuto patio de nuestra vivienda superdiminuta, tan minúscula que se hace imposible diferenciar que es patio y que es casa. Los dos fumamos, por la ansiedad, el éxtasis y el nerviosismo de estar siendo parte de la historia viva de nuestro país. Ya nada volverá a ser como antes. Somos soldados, queremos pelear. Pero también sabemos disfrutar esos pequeños momentos que nos hacen únicos, irrepetibles, que nos conectan con nuestra humanidad, que nos permiten seguir siendo parte de este desfile de hombres y mujeres que transitan el camino de ida de la vida.

Laura me rasca la cabeza, y a mi me encanta. Me fascina verla desde mi posición -recostado sobre sus muslos de mujer- y encontrar en su sonrisa el gesto victorioso que espanta mis miedos, que me rescata de la muerte, aunque sea por un momento. Dentro de unas horas, yo no estaré aquí, ni ella estará conmigo, puesto que emprenderé camino a la victoria definitiva, esa que planificamos en la Unidad Básica. La misma que corea el glorioso pueblo argentino. Me llevaré guardado en mi retina sus hermosos dientes brillantes como estrellas que guiarán mi camino tortuoso a través de la larga y oscura noche de la guerra revolucionaria.

Cierro los ojos, me aferro a ella como un bebé. No quiero soltarla, no quiero dejarla. Abro mi nariz lo más que puedo para llevarme todos sus olores, todo su perfume, y respirar profundamente toda su transpiración de mujer. Mañana ya no estaré aquí, pero esta noche quiero hacer el amor con esta mujer. Esta noche es nuestra. "Esta noche es nuestra", le digo a Laura. "Lo sé, no quiero que sea la última", me dice, triste, con dolor. Lo noto en su mirada, es la misma mirada de inseguridad que me enamoró hace unos años, cuando todo esto empezaba. "Hagamos el amor", le digo mientras la miro fijamente a sus ojos. Ella acepta, y esta noche, entre las sábanas, en el piso, en la mesa de la cocina, el amor andará en punta de pie, haciendo lo que mejor sabe: impregnando con su aroma todas las habitaciones de nuestra casa. Esta noche, la última por un largo tiempo, nos invita a amarnos como nunca. Haremos el amor con todos los sentidos prendidos, acaso, la única manera de hacerlo. La ropa, tirada en el piso, era el último paso para que nos fundieramos en un único cuerpo. Así se tienen relaciones antes de la victoria definitiva. Haremos el amor como prólogo a la larga marcha del pueblo argentino en la conquista de su nuevo bicentenario glorioso, lleno de miles de batallas ganadas.